José de Jesús Alvarado Estrada
En el paleo-cristianismo, los anacoretas tienen como regla de vida, meditar en silencio profundo al término de cada día, a fin de traer a la memoria aquellas omisiones o transgresiones cometidas, con el propósito de evitarlas en la siguiente aurora. Dicha práctica evoluciona, convirtiéndose durante el culmen de la Escolástica hacia el S. XIII d. C, en una meditatio mortis puesto que, “aquel que duerme prueba la muerte”[1]. El anacoreta sabe que durante el sueño no podrá cuidar de sí, que en ese estado, la muerte cual sigiloso ladrón puede simplemente llevarle consigo.
Dicha meditación no es gratuita, dado que la muerte por causa de la peste negra azota Europa, ella se encuentra retratada en la siguiente descripción: “Sufriendo unos la enfermedad, otros el miedo, se ven enfrentados a cada paso, bien a la muerte, bien al peligro. Los que ayer enterraban hoy son enterrados y a veces encima de los muertos que ellos habían sepultado la víspera.”[2] Dicha imagen, bien puede describir nuestras circunstancias durante los últimos meses. Aquellos que sufren la enfermedad postrados en hospitales desbordados, cual antesala de la muerte misma. En calles, casas y transportes el miedo se anida en sus habitantes, un miedo atenuado por aquella distancia que hoy llamamos sana, aunada al resto de medidas sanitarias siempre necesarias pero igualmente insuficientes. La práctica del meditar sobre la propia muerte durante el examen de conciencia al concluir cada día, es ocasión para evaluar cómo se ha vivido y cuan de lo mucho que hacemos podemos realizarlo mejor.

En consecuencia, aun con el miedo y sin minusvalorar la crisis social, económica y humana en la que hoy nos encontramos por el contrario, siendo honestos con lo real, el dedicar unos minutos en el ocaso de la jornada, a meditar sobre la posibilidad real y concreta primero del contagio -quizá de enfermar y en última instancia del morir- se vuelve propicio de la condición humana en tiempos de peste. Meditación que al volver sobre los momentos concretos del día permite sustraernos a lo urgente para mirar a lo esencial. Así como tomar conciencia de las necesidades de quienes coexisten con nosotros y de la responsabilidad que tenemos con ellos, tomar conciencia del tiempo que se fuga sin saber bien a bien en que a fin de evitarlo al día siguiente. En conclusión, un meditar sobre la propia muerte que nos dispone para mejor vivir en la nueva aurora.
Ciudad de Puebla, 23 de agosto de 2020.
[1] Secretariado permanente del episcopado colombiano, liturgia de las horas, p. 1225.
[2] Delumeau Jean, El miedo en occidente, p. 178.
Bibliografía
Deleumeneu Jean, El miedo en occidente. Taurus, Madrid, 2018.
Secretariado permanente del episcopado colombiano, Liturgia de las horas, Buena Prensa, Madrid, 2010.